lunes, 12 de septiembre de 2016

Horizonte

Ya ni sé para que montamos guardias. Tal vez es la manera que tiene Roque de mantener la moral, o lo hace por costumbre. Nunca lo entendí mucho, menos ahora, pero algo es seguro, si Roque quiere guardias, hay guardias. Además, es una forma tan buena como cualquier otra de contar el paso del tiempo.

Al menos yo tuve suerte, la relevo a Naty. Si voy antes por ahí le saco un poco de charla, y se queda hasta un ratito antes de que termine mi turno. No hasta el final, porque la única vez que lo hicimos el Turco empezó a mirar mal, a tirar comentarios. A mí mucho no me jode lo que pueda decir el Turco, pero lo mejor es tratar de no joder a nadie, estando como estamos todos armados, y encerrados.

Encerrados. No tendría que usar esa palabra. Nosotros estamos libres. Guardados, si, pero libres. No importa que estemos comiendo comida en lata hace meses, no importa que veamos el sol tres veces por semana, solo un rato, lo mínimo, por una ventanita. Estamos libres. A varios los reventaron para que nosotros podamos llegar acá. Otros tuvieron peor suerte, se guardaron en lugares menos seguros, y se los llevaron. Nosotros, libres. Por ahora al menos.

Bajo de la cama, dos pasos y giro a la izquierda, tres pasos más, la puerta. Hacer fuerza para arriba y girar el picaporte. Chilla un poco, abrir con cuidado. Pasillo, seis puertas del lado izquierdo y a la séptima, adentro. Cruzar la habitación, correr las maderas del fondo y pasar por el boquete. Otro pasillo. Contar tres puertas, y entrar por la puerta del lado derecho. Habitación de guardia.

Podría hacer este camino con los ojos cerrados. Mañana tal vez. Sería un cambio divertido, y me ahorraría de ver varias cosas desagradables. Si uno vive demasiado tiempo en un laberinto, se acostumbra. Esa es una de nuestras ventajas, nosotros vivimos acá, esto no es laberinto para nosotros. El quilombo que se armaría si alguien empezara a cambiar los pasos. Un buen laberinto es un laberinto vivo, ahí no hay costumbre que valga.

Ya en la habitación, me saco el fusil de la espalda y lo miro, largo. ¿Seguirá disparando? Imposible saber, ya me enteraré si no anda. "Cuando sea demasiado tarde, si es que no anda", dice una voz en mi cabeza, pero trato de pensar en otra cosa. No hace bien escuchar las voces de adentro. Mejor concentrarse.

Ahí, adelante mío, está la pared, intacta. Ladrillo de canto, tapiando la puerta. Bastante bien quedó, pese a que lo hicimos a las apuradas. Al costado, el dibujo. Debe ser algo que me pasa todos los días, porque hay algo de burla en la voz. Como si hubiese querido avisarme antes, y yo no la hubiese dejado. Ahí está el dibujo:

Unos pocos tejados, techo a dos aguas, paredes claras, mucho sol, mucha luz. Algunos árboles, sobre todo a la derecha, y de fondo un mar, muy calmado. Más lejos, una costa, y muchas casitas, también blancas, pero tan chicas que casi no se ven. Eso, y cielo, mucho cielo. Casi ninguna nube. Nunca te pregunté si esas casitas eran de una isla, o era una vuelta de la costa.
 Y ya nunca voy a saberlo.

Como despertando, pero al revés, los recuerdos apagados, encerrados en el fondo, se vuelven realidad. Ese dibujo es el horizonte que queríamos de viejos, que ya intuíamos que no íbamos a poder tener. Una casa humilde, pero con linda vista. Eso, y pelearnos hasta tarde por política. Por eso lo dibujaste. Un poco para poder fingir que estaba todo bien, un poco porque ya estábamos acostumbrados a arreglarnos con lo que se podía, con lo que teníamos. Como este refugio, como este fusil. Como todo.

Agarro las tizas del piso y voy despacio, repasando esos lugares que veo más desgastados. Concentrado en el movimiento, para no escuchar la voz que me pregunta por qué no agarro por el pasillo, por qué el boquete, por qué ya no recibo órdenes de Roque, por qué el Turco... Demasiadas preguntas. Copio tu trazo, sigo tus huellas, con cuidado, con cariño, como acariciando lo último que me queda de vos. 

Y tal vez llegue un momento en que lo haya repasado todo, en que ese dibujo no tenga nada de tus colores originales. Pero mientras mi mano pueda sostenerlo, acá va a estar. Nuestro horizonte, nuestro sueño de una vejez más tranquila, después de tanto luchar, de tan poco vencer, de tanto caer y tanto levantarse. Como si a fuerza de recuerdo pudiese tenerte acá, escucharte reír, mirarte a los ojos.

Escucho pasos atrás de la pared tapiada.

Hoy, al menos, me voy a sacar una duda.

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