El sábado acompañé a una amiga a tatuarse con... bueno, dado que llevo ya tres tatuajes suyos, y que voy por más, creo que puedo decir que es un amigo, también: Javier Darío Ruiz.
El tema es que tenía que hacer un poco de tiempo, así que me puse a mirar arriba del escritorio, fotos de las cosas que él había hecho, y se me ocurrió este cuentito. Por suerte le gustó, y más suerte tuve porque me dejó subirlo al blog.
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Querido Papá Noel:
Nunca fui un chico muy bueno, ni del todo malo. No hice todas las cosas buenas que podría haber hecho, pero en mi defensa debo decir que tampoco hice todas las malas. Ni siquiera estoy seguro de creer en vos, pero acá estoy, escribiéndote.
Me cuesta pedir cosas, todo lo que tengo me salió del lomo, y estoy orgulloso de que así sea. No siento que nadie me haya regalado nada. Y no, no es una queja.
Pero hoy quiero pedirte algo difícil. No quiero trencitos de madera, ni autos a control remoto. No quiero una pelota de fútbol, ni una computadora nueva. No quiero juguetes, ni caramelos. Ni nada de lo que suelen pedirte.
Porque hoy te voy a pedir magia.
Quiero hadas, calaveras, y dragones. Quiero seres de este mundo (aves, lobos, leones) y quiero también seres de otros mundos (depredadores, inseminadores, cazadores). Quiero universos, estrellas, y cometas.
Quiero ángeles, quiero demonios.
Quiero soles, quiero lunas.
Quiero ver los sueños de las personas, y sus pesadillas.
Sus esperanzas, y sus miedos.
Quiero conjurar mis creaciones de una manera imperecedera: que estos seres cobren vida.
Quiero también que, cuando les de vida, cambien en algo al mundo. Y que, una vez realizados, acompañen a quienes los pidieron para siempre. Aunque un poco de mí se vaya con ellos, aunque a veces me duelan las manos, o la cintura.
Quiero hacer lo que me gusta.
En realidad, Papá Noel, no quiero pedirte nada...
Solo quiero seguir tatuando.
Historias. Cuentos. Anécdotas ajenas contadas como propias. Recuerdos deformados por la distancia.
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miércoles, 5 de marzo de 2014
sábado, 18 de enero de 2014
Carta a un joven jardinero
Después de un berrinche que tuve porque nadie me contestaba, @UnCafeConPeron me pidió una "carta a un joven jardinero". Acá está, espero estar a la altura.
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Me alegró mucho recibir tu carta, pero al leerla me sentí abrumado. Muchas preguntas para las cuales no tengo una respuesta, y muchas otras preguntas para las cuales las respuestas son múltiples. Me alegra mucho que te refieras a mí en esos términos, en muchos de los casos me parece inmerecido tanto halago, pero es cierto que muchos me consideran un gran jardinero.
Me preguntás si existe algún secreto para llegar a este lugar mío tan parecido a ese mítico "dedo verde" del que hablaban las abuelas (al menos mi abuela lo hacía), dedo que curaba cualquier planta, con solo tocarla. Dedo que permitía hacer los trasplantes más difíciles, y que prendan los injertos más extraños. Estuve tentado de darte algún consejo, por ejemplo que el agua de pozo es mejor que el agua de red, pero me di cuenta que ningún consejo te iba a llevar por si solos a ningún lado. No hay una palabra mágica que decir para hacer reverdecer a las plantas, ni una manera fácil de transmitirte años y años de trabajo arduo, bajo el sol.
Tal vez ese es el secreto, que no hay secreto. Lo que hay son pruebas y más pruebas de complejidad creciente, y que el camino al éxito es sinuoso, y escalonado. Para aprender a multiplicar, uno tiene que saber sumar. Para saber escalas musicales, uno tiene que saber las notas, y para saber cuidar una magnolia obovata del japón, o una orquídea hieroglyphica de Filipinas, uno tiene que tener ya las manos callosas de tanto podar rosales. Todo en la vida es un camino, todo conocimiento más grande se posa en uno más pequeño. Y como pasa con la Magnolia obovata, si el tallo es débil, la flor terminará apuntando hacia abajo, o cayendo, lo cual es algo terrible.
Me hablas de la "rosa perfecta" del Principito, como si esa rosa fuese algo más que lo que realmente era, y me hablas de tus plantas, a las cuales sé que les tenés gran cariño, como mejores que las de tus amigos jardineros, aunque sean iguales. Lo cual es un pensamiento hermoso. Si, todo lo que amamos lo vemos más bello por ese amor, pero debo decirte que el Principito era un pésimo jardinero. Sirve como metáfora, sirve como cuento para entretenernos, pero no vayamos a buscar ahí verdades reveladas de la botánica, y mucho menos de la jardinería. Las rosas pueden ser frágiles, pero los rosales (sacando algunas excepciones) son fuertes.
En cuanto a tu pregunta, concreta, tal vez la única que puedo responder directamente, de cuál es la planta más importante de mi jardín personal, puedo contestarte con seguridad: todas. Desde el pasto que cubre la tierra, el ciruelo que se levanta majestuoso en medio del patio, las enamoradas del muro que trepan por las paredes, mis 27 rosales chinos que cubren la parte izquierda, o los jazmines que decoran y perfuman el arco bajo el cual me siento a leer, y el sinnúmero de pequeñas plantas que tengo en macetas, jarrones, bañaderas viejas llenas de tierra, canteros, canteritos. Todos tienen la misma importancia, porque todos forman parte de un todo.
Ahora, si veo con tus ojos de juventud mi jardín, y me dejo llevar por esa mirada "del corazón" de la que habla El Principito, puedo decirte que hay un rosal, de rosas blancas, al que quiero particularmente. No porque sea un gran rosal, ni el más raro. Tal vez ni siquiera sea el más lindo. Pero siempre voy a recordar cuando mi madre, siendo yo muy pequeño, me llevaba a podarlo, y me hacía seguir a mí el tallo de la hoja seca hasta encontrar la primer ramita con cinco hojas, y ahí, justo por arriba de ella, cortar, para que las rosas sigan floreciendo. Recuerdo también los versos que ella solía recitar, y voy a despedirme con uno de ellos, el que a mí más me gustaba, el que a mí más me gusta, y el que me dice como debe sentir un jardinero al cultivar sus plantas:
¡Hasta la próxima carta!
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Me alegró mucho recibir tu carta, pero al leerla me sentí abrumado. Muchas preguntas para las cuales no tengo una respuesta, y muchas otras preguntas para las cuales las respuestas son múltiples. Me alegra mucho que te refieras a mí en esos términos, en muchos de los casos me parece inmerecido tanto halago, pero es cierto que muchos me consideran un gran jardinero.
Me preguntás si existe algún secreto para llegar a este lugar mío tan parecido a ese mítico "dedo verde" del que hablaban las abuelas (al menos mi abuela lo hacía), dedo que curaba cualquier planta, con solo tocarla. Dedo que permitía hacer los trasplantes más difíciles, y que prendan los injertos más extraños. Estuve tentado de darte algún consejo, por ejemplo que el agua de pozo es mejor que el agua de red, pero me di cuenta que ningún consejo te iba a llevar por si solos a ningún lado. No hay una palabra mágica que decir para hacer reverdecer a las plantas, ni una manera fácil de transmitirte años y años de trabajo arduo, bajo el sol.
Tal vez ese es el secreto, que no hay secreto. Lo que hay son pruebas y más pruebas de complejidad creciente, y que el camino al éxito es sinuoso, y escalonado. Para aprender a multiplicar, uno tiene que saber sumar. Para saber escalas musicales, uno tiene que saber las notas, y para saber cuidar una magnolia obovata del japón, o una orquídea hieroglyphica de Filipinas, uno tiene que tener ya las manos callosas de tanto podar rosales. Todo en la vida es un camino, todo conocimiento más grande se posa en uno más pequeño. Y como pasa con la Magnolia obovata, si el tallo es débil, la flor terminará apuntando hacia abajo, o cayendo, lo cual es algo terrible.
Me hablas de la "rosa perfecta" del Principito, como si esa rosa fuese algo más que lo que realmente era, y me hablas de tus plantas, a las cuales sé que les tenés gran cariño, como mejores que las de tus amigos jardineros, aunque sean iguales. Lo cual es un pensamiento hermoso. Si, todo lo que amamos lo vemos más bello por ese amor, pero debo decirte que el Principito era un pésimo jardinero. Sirve como metáfora, sirve como cuento para entretenernos, pero no vayamos a buscar ahí verdades reveladas de la botánica, y mucho menos de la jardinería. Las rosas pueden ser frágiles, pero los rosales (sacando algunas excepciones) son fuertes.
En cuanto a tu pregunta, concreta, tal vez la única que puedo responder directamente, de cuál es la planta más importante de mi jardín personal, puedo contestarte con seguridad: todas. Desde el pasto que cubre la tierra, el ciruelo que se levanta majestuoso en medio del patio, las enamoradas del muro que trepan por las paredes, mis 27 rosales chinos que cubren la parte izquierda, o los jazmines que decoran y perfuman el arco bajo el cual me siento a leer, y el sinnúmero de pequeñas plantas que tengo en macetas, jarrones, bañaderas viejas llenas de tierra, canteros, canteritos. Todos tienen la misma importancia, porque todos forman parte de un todo.
Ahora, si veo con tus ojos de juventud mi jardín, y me dejo llevar por esa mirada "del corazón" de la que habla El Principito, puedo decirte que hay un rosal, de rosas blancas, al que quiero particularmente. No porque sea un gran rosal, ni el más raro. Tal vez ni siquiera sea el más lindo. Pero siempre voy a recordar cuando mi madre, siendo yo muy pequeño, me llevaba a podarlo, y me hacía seguir a mí el tallo de la hoja seca hasta encontrar la primer ramita con cinco hojas, y ahí, justo por arriba de ella, cortar, para que las rosas sigan floreciendo. Recuerdo también los versos que ella solía recitar, y voy a despedirme con uno de ellos, el que a mí más me gustaba, el que a mí más me gusta, y el que me dice como debe sentir un jardinero al cultivar sus plantas:
Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.
José Martí.
¡Hasta la próxima carta!
jueves, 16 de enero de 2014
Carta a un joven peluquero
Primer carta, hecha por un pedido de @co_constanza, la cual quería una "Carta a un joven peluquero". Debo reconocer que sé muy poco de peluquería, por eso tuve que sacar de la galera una charla que escuché en la radio, así que también va mi dedicatoria(?) a @jesicall
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Gracias por tu última carta, demoré un poco en responder. Disculpame, pero ¡me hacés tantas preguntas! Di vueltas en mi cabeza buscando como responderte. También busqué en las cabezas de mis clientas. Tanto dentro de sus cabezas, como fuera, en su pelo. No encontré respuestas, sino más interrogantes. Como quien abre una puerta esperando encontrar una verdad, una salida, pero lo que encuentra es un gran pasillo, con muchas puertas a cada lado. Y uno tiene que continuar avanzando, eligiendo puertas, sabiendo que es muy difícil volver atrás cuando uno se equivoca. Igual que en el corte de pelo. No podemos preguntarle a nuestras clientas: "¿Así, o más largo?" una vez que uno ya cerró la tijera tres centímetros arriba de lo que uno quería.
Es así, todos los peluqueros nos equivocamos. Disculpá si me llamo a mí mismo peluquero, pero eso es lo que me siento. En mis tiempos, ser peluquero era suficiente. Uno no necesitaba llamarse estilista, ni mucho menos coiffeur. Siento que ser peluquero es algo hermoso, y que no necesita de adornos del lenguaje. Por eso, dejemos a los que necesitan un adorno en su tarjeta, que se llamen como se les de la gana. Volviendo, lo importante cuando uno se equivoca, es saber reconocer el error. O encontrar una justificación adecuada. En muchos de mis mejores cortes, hay errores disimulados con una hermosa explicación estética que terminó convirtiéndose en tendencia, o en moda. Ojo, no hay que abusar de eso, y menos cuando uno está empezando, haciéndose un nombre. Ya te va a llegar a vos también el momento en que cada tijeretazo tuyo sea un acierto, por el sólo hecho de que lo dio tu tijera.
Otra cosa importante que mencionás en tu carta, es el tema de la decisión. ¿Qué hacer cuando una clienta quiere un corte de pelo que sabemos que no le va a quedar bien? Bueno, ese es en gran parte nuestro trabajo como peluqueros, en saber convencer a nuestras clientas para hacer lo que nosotros creemos que va a ser lo mejor. Muchas clientas vienen a la peluquería buscando que ese sea el primer cambio de una nueva etapa en su vida, y quieren pasar de un rubio largo llovido a un morocho corto ondulado. Quieren cambiar su cabeza por fuera para que cambie por dentro. Eso no está mal, pero tenés que saber que lo que hagas con la tijera va a hablar de vos. Que una clienta impulsiva puede enviarte al cielo, o al infierno. El pelo vuelve a crecer, una reputación perdida por un mal corte, no. En muchos casos he accedido a un corte que creía que no iba a quedar bien, ante la insistencia de una buena clienta, y un apremio económico. Nunca tuve buenos resultados con eso.
Lo nuestro, más que un oficio, es un arte. Arte vivo. Arte que se va en la cabeza de otros, pero arte al fin. Somos peluqueros, somos artistas. No tengas nunca miedo a rechazar a un cliente, por bueno que sea, si no lo entiende. Otra opción, que cuando era joven usaba, era el fotografiar a todas mis clientas cuando terminaba el corte. Si alguna me pedía un corte que yo no quería hacer, le avisaba de antemano que no la iba a fotografiar, y que por eso para mí iba a ser como si yo nunca le hubiese cortado el pelo. Por lo general, ese comentario disuadía a las que querían hacerse un corte horroroso.
Me preguntas también cual es el secreto de mi éxito, creo que puedo resumirlo en una sola palabra:
¡Trabajo!
Alguien escribió que el genio es diez por ciento inspiración, noventa de transpiración. Me parece un horror, yo no transpiro cuando trabajo, pero creo que la escencia de la frase es correcta. Trabajar, trabajar y trabajar. Ver muchas revistas. Entrenar el ojo en la estética, que va mucho más allá de un corte de pelo. La estética está en todas partes: En un edificio, en un vestido de seda, en un pavo real, en un teléfono, en todos lados. Hay que saber reconocer esa belleza, y por qué se produce en un lugar y no en otro. Más allá de saber que una cosa es bella, y otra fea, es nuestro deber entrenarnos para saber por qué una cosa es bella, y otra no. Reconociendo esa belleza en otras cosas, vamos a poder llevarlas a nuestro local.
Me despido con una frase que escuché de León Battista Alberti, y que siempre tengo en cuenta a la hora de un corte:
¡Hasta pronto!
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Gracias por tu última carta, demoré un poco en responder. Disculpame, pero ¡me hacés tantas preguntas! Di vueltas en mi cabeza buscando como responderte. También busqué en las cabezas de mis clientas. Tanto dentro de sus cabezas, como fuera, en su pelo. No encontré respuestas, sino más interrogantes. Como quien abre una puerta esperando encontrar una verdad, una salida, pero lo que encuentra es un gran pasillo, con muchas puertas a cada lado. Y uno tiene que continuar avanzando, eligiendo puertas, sabiendo que es muy difícil volver atrás cuando uno se equivoca. Igual que en el corte de pelo. No podemos preguntarle a nuestras clientas: "¿Así, o más largo?" una vez que uno ya cerró la tijera tres centímetros arriba de lo que uno quería.
Es así, todos los peluqueros nos equivocamos. Disculpá si me llamo a mí mismo peluquero, pero eso es lo que me siento. En mis tiempos, ser peluquero era suficiente. Uno no necesitaba llamarse estilista, ni mucho menos coiffeur. Siento que ser peluquero es algo hermoso, y que no necesita de adornos del lenguaje. Por eso, dejemos a los que necesitan un adorno en su tarjeta, que se llamen como se les de la gana. Volviendo, lo importante cuando uno se equivoca, es saber reconocer el error. O encontrar una justificación adecuada. En muchos de mis mejores cortes, hay errores disimulados con una hermosa explicación estética que terminó convirtiéndose en tendencia, o en moda. Ojo, no hay que abusar de eso, y menos cuando uno está empezando, haciéndose un nombre. Ya te va a llegar a vos también el momento en que cada tijeretazo tuyo sea un acierto, por el sólo hecho de que lo dio tu tijera.
Otra cosa importante que mencionás en tu carta, es el tema de la decisión. ¿Qué hacer cuando una clienta quiere un corte de pelo que sabemos que no le va a quedar bien? Bueno, ese es en gran parte nuestro trabajo como peluqueros, en saber convencer a nuestras clientas para hacer lo que nosotros creemos que va a ser lo mejor. Muchas clientas vienen a la peluquería buscando que ese sea el primer cambio de una nueva etapa en su vida, y quieren pasar de un rubio largo llovido a un morocho corto ondulado. Quieren cambiar su cabeza por fuera para que cambie por dentro. Eso no está mal, pero tenés que saber que lo que hagas con la tijera va a hablar de vos. Que una clienta impulsiva puede enviarte al cielo, o al infierno. El pelo vuelve a crecer, una reputación perdida por un mal corte, no. En muchos casos he accedido a un corte que creía que no iba a quedar bien, ante la insistencia de una buena clienta, y un apremio económico. Nunca tuve buenos resultados con eso.
Lo nuestro, más que un oficio, es un arte. Arte vivo. Arte que se va en la cabeza de otros, pero arte al fin. Somos peluqueros, somos artistas. No tengas nunca miedo a rechazar a un cliente, por bueno que sea, si no lo entiende. Otra opción, que cuando era joven usaba, era el fotografiar a todas mis clientas cuando terminaba el corte. Si alguna me pedía un corte que yo no quería hacer, le avisaba de antemano que no la iba a fotografiar, y que por eso para mí iba a ser como si yo nunca le hubiese cortado el pelo. Por lo general, ese comentario disuadía a las que querían hacerse un corte horroroso.
Me preguntas también cual es el secreto de mi éxito, creo que puedo resumirlo en una sola palabra:
¡Trabajo!
Alguien escribió que el genio es diez por ciento inspiración, noventa de transpiración. Me parece un horror, yo no transpiro cuando trabajo, pero creo que la escencia de la frase es correcta. Trabajar, trabajar y trabajar. Ver muchas revistas. Entrenar el ojo en la estética, que va mucho más allá de un corte de pelo. La estética está en todas partes: En un edificio, en un vestido de seda, en un pavo real, en un teléfono, en todos lados. Hay que saber reconocer esa belleza, y por qué se produce en un lugar y no en otro. Más allá de saber que una cosa es bella, y otra fea, es nuestro deber entrenarnos para saber por qué una cosa es bella, y otra no. Reconociendo esa belleza en otras cosas, vamos a poder llevarlas a nuestro local.
Me despido con una frase que escuché de León Battista Alberti, y que siempre tengo en cuenta a la hora de un corte:
Belleza: el ajuste de todas las partes proporcionalmente a fin de que no se pueda sumar, restar o modificar nada sin que ello afecte a la armonía del conjunto.
¡Hasta pronto!
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