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miércoles, 25 de febrero de 2015

Casandra y Apolo

Apolo quería poseer a Casandra.
Casandra quería saber.
Apolo ofreció clarividencia a cambio de sexo.
Casandra aceptó.
Apolo otorgó el poder.
Casandra empezó a ver el futuro.
Apolo quiso cobrar la deuda.
Casandra se negó. (¿acaso no vio lo que pasaría?)
Apolo escupió a Casandra en la boca.
Casandra no perdió su poder, pero ya nadie le creyó.
Apolo se fue a buscar otras historias.


Casandra vivió siempre atormentada, podía ver el futuro, podía ver venir las catástrofes, pero no podía transmitir lo que veía. Era al pedo, nadie le creía.


miércoles, 30 de julio de 2014

Un adiós

Ayer murió Fulgencio. No es algo raro, si se tiene en cuenta que ya tenía noventa y cinco años. Pero ese hombre era el último de un grupo de amigos entre los que estaba mi abuelo. Era el más grande de ese grupo, por varios años, pero uno a uno fue sobreviviendo a sus amigos. El agarraba la bicicleta y a la tarde se iba a visitar a alguno. Y con cada vez que se ponía su traje de gala, ese que reservaba para las ocasiones importantes, e iba a ver como uno de sus amigos volvía a la tierra, menos opciones tenía.

Al final, iba a visitar al geriátrico al único amigo que le quedaba vivo, y le contaba una y otra vez las mismas historias. El amigo, José, ya no lo reconocía, o lo confundía con gente de un pasado más lejano, pero más brillante. A Fulgencio no le importaba, y seguía saliendo todas las tardes, con la bici, andando despacio. Seguía entrando mal escondida la botella de aguardiente que él mismo destilaba, para convidarle una copita al amigo. Seguía charlando solo, con ese amigo que no lo escuchaba. 

Nunca fue al cementerio, calculo que porque prefería recordar a los amigos vivos, en las cosas cotidianas. Por eso cuando el último amigo se fue, dejó de andar en bicicleta. Ya no tenía nada por lo que salir, ya no tenía excusa para soportar el dolor en las rodillas, en la cintura. Pero siguió saliendo a la puerta, a piropear a las viejas, a charlar con los pibes, a mirar pasar el día. 

Cuando ya no pudo ni salir a la puerta, una hija se lo llevó a vivir con ella. Así vivió varios años más, siendo el último testigo de quien sabe cuantos recuerdos compartidos con tipos que ya no estaban. Se la pasaba contando historias, anécdotas, chistes. A veces se ponía pesado, pero nunca perdió la cabeza, nunca estuvo gagá. Estaba orgulloso de todavía darse cuenta cuando debía ir al baño.

Al final, una infección chiquita lo fue apagando de a poco. Ya no tenía fuerza para seguir. Una de las últimas cosas que pidió fue volver por un día a su casa, a la casa donde había vivido tantos años de alegrías y tristezas. Pero no se pudo, la casa estaba alquilada, el viejo muy inestable, la hija muy ocupada. Una de las últimas cosas que hizo fue llamar a mi abuela, y decirle que la consideraba una amiga, por lo bien que siempre había cuidado a mi abuelo. 

Murió en la casa, tranquilo. Y cuando me enteré de su muerte me puse a pensar en la cantidad de recuerdos, en la cantidad de charlas, en la cantidad de cosas que se habían apagado junto con él. Fue el fin de un grupo de amigos, fue el fin de una era, chiquita, que no va a salir en ningún libro de historia. 

Ayer mi abuelo se alejó un poco más. 

miércoles, 26 de febrero de 2014

Tortura

Mantuvo los ojos cerrados, así era más fácil. Así al menos evitaba ver el horror. Podía sentirlo, podía escucharlo, podía, sobre todo, olerlo, pero al menos no lo veía. Se movió un poco. Sentarse era imposible, pero al menos, si tenía suerte, iba a encontrar una posición cómoda, donde le doliera menos estar parado.

Un nuevo movimiento trajo un nuevo dolor. Sin quererlo, abrió los ojos. Allí, un nuevo terror lo esperaba. El terror del que sabe que no era el único, que otras personas pasaron por eso. Algunos, incluso, habían dejado sus nombres, escritos con ¿Sangre? en las paredes. No importaba si era sangre, no importaba si eran sus verdaderos nombres o apodos. Importaba saber que a lo largo de los años, nunca nadie se había preocupado en lo más mínimo por tapar esos registros.

Un nuevo movimiento, un nuevo dolor, desgarrándolo por dentro. Instintivamente su mano fue a la pared, y así, fue uno más de los que dejaron su huella en ese lugar. Luego, una relativa paz. Lo peor había terminado. Aunque uno se haya convertido en un animal, siempre quedan reflejos de la vida en sociedad. Por eso trató de limpiarse, y ponerse lo más presentable posible. Digo trató, porque conseguir eso, en las condiciones en las que se encontraba, iba a ser imposible. Así que se limpió como pudo, y salió, rengueando.

Ese día juró que nunca más iba a utilizar el baño público de una estación de servicio.

miércoles, 29 de enero de 2014

Citas inciertas

Estar charlando con alguien, y que se te ocurra una frase genial. Pero a uno ya lo han acusado muchas veces de compadrito, de frasero ¿Qué hacer, entonces? ¿Dejar de decir la frase? Esa es una opción, pero las frases quieren salir, y si uno no las dice, vuelven al rato a hacernos reproches, o buscan salir en otras conversaciones, con mucho menos acierto.
Puede pasar también que en la charla se cite a alguno de los intocables, como Chesterton, o Borges. Y a uno la frase le guste, pero, claro, ellos tuvieron que hacerla coincidir con un cuento, mientras que uno las va a usar así, desnudas. Entonces, quiere modificarlas un poco. Paráfrasis, que le dicen.

Y es así que nace la cita incierta. Uno inventa, dudando incluso entre dos palabras, en algún concepto, o tiempo verbal, como si estuviera recordando. Pero en este acto creativo uno tiene que cuidarse mucho de ser uno. Porque cualquier tinte de nuestra personalidad, por sutil que sea, coloreando nuestra frase, puede despertar sospechas… Y después, o al mismo tiempo, tenemos que buscar en boca de quién ponemos la frase. Tiene que ser alguien difícilmente discutible, pero poco estudiado, o con una obra extensa. Si se nos consulta insistentemente dónde corno leímos esa frase, podemos adornar con referencias que no lleven a ningún lado… “Era un libro cuya tapa era roja”, “Más o menos por la mitad del libro plantea que…”

Y así, podemos meter la frase que queramos, en casi cualquier conversación. Porque lo que importa del arte comunicativo, ya dijo hace años Fontanarrosa, es “la sensación que despertamos en el otro, y no la exactitud o gracia con que se digan las cosas”

domingo, 12 de enero de 2014

Amantes

Sabían que no era una invitación inocente. Querían que el encuentro se concretase, y esa forma impersonal de invitación, guardaba las formas si querían arrepentirse a último momento. Tomar un café. Esa era la consigna. El lugar: un departamento. ¿De quién? De alguien en común que justo estaba de viaje y necesitaba que le rieguen las plantas. Además, el lugar poco importaba, pero daba ventajas. Iban a tener café, comodidad, buena música, intimidad, y, sobre todas las cosas, una cama a menos de 10 metros. Si todo iba bien, esa cama iba a ser el único testigo. Principio y final de algo, esa noche iba a ser decisiva.

La ansiedad estuvo en los minutos previos, en la ducha, en los preparativos. Por problemas de horarios, llegarían a distintas horas. Eso significó tiempo muerto, espera. Queriendo dejar en claro que le importaba: limpió, ordenó, preparó masitas. De todas maneras, se preocupó de no dejar demasiado reluciente el departamento. No quería que sea evidente esa ansiedad, esa sobre-preocupación.

Timbre. Con la tentación de los lugares comunes aprendidos, una mano fue al estómago. Mariposas, pensó, y una sonrisa irónica cruzó su cara. La puerta que se abre. Esa figura deseada a contraluz. No podía ver su rostro, solo una sombra avanzando. Luego, ese beso que indicaba que el café quedaría sin servir, calentándose inútilmente por horas en la cafetera.

Con movimientos torpes, fueron dejando la ropa por el camino, entregándose, disfrutando el momento. No se detuvieron a pensar en lo que hacían, no se detuvieron a pensar en nada, solo se dejaron llevar. Esa noche, la eternidad visitó ese lecho prestado, y les dio una muestra gratis del paraíso.

martes, 7 de enero de 2014

Abrazo

El silencio que vino a continuación de la frase de Molinari, fue total. Nadie hablaba, ni se movía. Nadie parecía reaccionar ante esas palabras, que quedaron taladrando nuestras cabezas: 

"Lo mataron al peque"

Y seguimos así, sin saber que decir, o para donde arrancar. La muerte había dejado de ser una idea abstracta, y nos pegaba de lleno en el medio del pecho. Ese día, de golpe, nos supimos mortales. 

Marcia fue la primera en hacer algo: bajó la cabeza y se puso a llorar. Pero lo hizo sin ruido. Todos sabíamos que ellos estaban enamorados, pero como no lo decían, fingíamos no saberlo. 

Es terrible sufrir. Es terrible sufrir, y estar solo. Es terrible ver a alguien sufrir, y no poder, no saber hacer nada. En esos momentos de gran dolor, no sirven las frases hechas. "Lo siento", ahí, significa nada, o menos que nada. 

Por suerte estaba el Turco, que siempre sabía que hacer: se acercó a Marcia, y le dio un abrazo, fuerte, apretándole el hombro con una mano. Atrás del Turco, fue Claudia, atrás, yo. No sé quien vino atrás mío, porque en pocos segundos fuimos una pelota de brazos, y manos, y lágrimas. Y lo que las palabras no pudieron decir, lo dijeron nuestros cuerpos, anudados, tratando de que el calor de ese abrazo combatiera el frío que sentíamos dentro. 

No sé cuanto tiempo pasamos así, hermanados, aferrados. Si sé que nos fuimos soltando de a poco, a volver a masticar en soledad esa muerte. Ahora todos llorábamos. Tal vez por eso no nos sentimos tan solos. Y aunque sabíamos que esa muerte nos iba a doler mucho tiempo más, también sabíamos que lo peor había pasado. 

domingo, 29 de diciembre de 2013

Cualquier excusa es buena


Había llegado temprano a laburar: 8:45 de un miércoles. Estaba desayunando, mientras leía el diario, cuando lllega mi compañero, con una cara de reventado mal. Se sienta, en silencio.

Creí que le dolía la cabeza, que había dormido mal, o no pensé en él para nada. Seguí en mi mundo. Hasta que veo que agarra una botella de agua y toma como medio litro de un trago.

Ahí lo miro, le pregunto si se siente bien, y desde lo más profundo de su ser, cabalgando en un dragón de Komodo, salieron de su boca las palabras "Estoy Mamado"

Lo mejor fue cuando le dije, cagándome de risa, que era un zarpado. Caer un miércoles a laburar borracho era demasiado. Un viernes con resaca, cada tanto, estaba bien, pero que ni daba miércoles 9 AM borracho. En ese momento dijo algo que explicó todo:

"Qué querés,
ERA EL CUMPLEAÑOS DE MI ABUELA"

Ahí me di cuenta que, para el que quiere hacer algo, cualquier excusa es buena.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Película

El gran problema de mentir para mejorar la realidad es que cada tanto alguna mentira se te cuela hasta a vos, y terminás creyéndola, o al menos dudando.

Hace años, charlando de cine con unos amigos, mencioné una película que había visto, en I.Sat, o en Europa-Europa. La película contaba la historia de un grupo de pibes, gays.
El tema es que a uno le detectan VIH, y todos salen a hacerse los estudios, y van discutiendo, y charlando sobre lo que es la vida, la cercanía de la muerte, etc. 

La película, en mi cabeza, termina cuando dos chicos, la parejita más feliz y perfecta, van a buscar el resultado de su estudio, el cual les da negativo. Pero acá viene lo llamativo: al salir del laboratorio los pisa un camión.

Fin de la película.

Miles de cabos sueltos, como la vida misma cuando decide llevarse a alguien de un camionazo. 

Tantos años pasaron, y tantas veces cité esa película, que dudo que exista. Si alguno sabe qué película es, o a qué película pude haber deformado para llegar a esto, bienvenido sea. Y si la película no existe, bueno, al menos les regalé una historia. 


lunes, 23 de diciembre de 2013

Círculos

Hace tiempo escuché decir que si a uno lo sueltan en un lugar lo suficientemente grande, sin puntos de referencia, uno no camina nunca en línea recta, ni zigzagueando, y ni siquiera en espiral, sino en grandes círculos que hacen que, después de horas de caminata, uno encuentre sus propias huellas.

Debe ser desesperante para quien trata de salir de un lugar, el descubrir que está recorriendo una y otra vez los mismos caminos. Por eso, creo que siempre es bueno tener algún punto de referencia. Este puede ser la luz de un faro, que guía en medio de la tormenta, o bien una estrella, que en la noche clara indica el camino. Y esta referencia puede ser también un lugar del cual queremos alejarnos. A veces es más fácil definir qué es lo que uno no quiere ser, o en que lugar uno no quiere estar.

Este es el primer texto de un camino que pienso recorrer con aquellos que estén dispuestos a seguirme, a leerme, o a escucharme. Voy a escribir como puedo, como me sale. Y voy a leerme a mí mismo en voz alta, dándoles la posibilidad de que me escuchen. Escribo como hablo, hablo como escribo, así que ¿por qué no hacer ambos?

Para no dar vueltas, para no pasar una y otra vez por los mismos lugares, acá estoy. Para mí, pero también para ustedes, mi hilo de Ariadna, mi guía en el laberinto.

Para que no nos encontremos, dentro de un rato, mirando con asombro nuestras propias huellas.