viernes, 3 de enero de 2014

El contador


A Ruben le gustaba contar. Contar historias, claro. Todo lo que pasaba en su día, era para Ruben algo maravilloso, digno de ser contado. Esa vieja ridícula en el colectivo, ese perro persiguiéndose la cola, todo era interesante para sus ojos.

A veces, en su afán de contar, contaba incluso partidos de fútbol que nunca había visto. Con leer en el diario un resultado, ya le alcanzaba para imaginarse las caras de los asistentes, el precio de la gaseosa, y el estado de cocción de las hamburguesas. Había aprendido a no contar mucho del juego en sí, por si justo se cruzaba a alguno que sí había visto el partido, a quien no le podía mentir sobre jugadas, o hechos puntuales. Pero todo lo demás, todos los márgenes, eran narrados por él de forma exquisita. 

Con el tiempo, fue ampliando su repertorio. Contaba salidas al cine de películas que nunca había visto, estaba siempre cerca de donde había chocado ese auto, algo había escuchado, algo sabía, o había visto el humo de lejos. Cada tanto, para no despertar sospechas, simplemente decía tener un amigo que había sido el primero en llegar. En llegar a qué no era importante. 

En estas historias indirectas Julian sentía más libertad. Más de una vez lo habían descubierto en una mentira. Cuando esto pasaba, las historias vistas por ojos de otro le daban la posibilidad de transferir el error a su amigo, a un olvido momentáneo, o a un malentendido. Y siempre quedaba bien parado.

Había pulido tanto su manera de contar que era invitado a los programas de televisión para hablar de cuanto tema existiera. La pelea de la vedette de turno, el accidente de trenes de Hurlingham, o el clásico del domingo. No importaba qué. Incluso, con motivo del estreno de películas, llegó a contar el hundimiento del Titanic, el último vuelo del Concorde, o la caída del muro de Berlín como si hubiera estado ahí. A veces, Mauro confundía realidad con ficción, y decía haber conocido a personajes como Sherlock Holmes, Domingo Perón, o al Capitan Nemo.

La tarde del cuatro de mayo del 2006, a las 15:43 contó, en vivo, saliendo en dos canales en simultaneo, lo que había hecho la noche anterior. Era tan bueno contando que quienes vieron canal 8, juraban que había estado en Once, donde había ocurrido un asalto a un banco. Quienes siguieron la transmisión por canal 4, aseguraban que había estado en la triple frontera, en el operativo policial que detuvo a un narcotraficante. La ambigüedad de su relato pudo haber ayudado, o que cada canal tomaba un perfil distinto. Lamentablemente, la mala voluntad de los responsables de archivo de esos canales no nos permiten un análisis detallado.

La fama también trajo problemas para Marcelo. Cada vez le costaba más decir que había estado en un lugar, porque siempre tenía admiradores que sabían donde estaba a cada momento. Para mantener su misterio, a menudo salía de su casa en el baúl de un auto. También le pagaba a dobles para que caminen por Avenida Santa Fe a las 5 de la tarde. Inteligente, hacía que mientras un doble caminaba por una cuadra, otro camine por la de enfrente, creando confusión en la gente. Se dice que llegó a tener 300 dobles, los cuales llenaron la función de despedida de Macbeth en el Teatro Astro. Fiel a su estilo, él no fue, pero dijo que había estado.

Cada vez más loco, cada vez más ambicioso, decidió un día que el 23 de febrero del año siguiente iba a estar en todos lados a la vez. Omnipresente. Solo compartió ese proyecto con Juan, su doble preferido. Pero Juan era celoso de su intimidad. Y no tuvo dudas de que su jefe iba a poder cumplir con lo que se había propuesto. Lo había escuchado contar hazañas más increíbles. Relatar un día entero, desde todos los puntos de vista, era fácil comparado con sobrevivir a la explosión del Vesubio. Juan cortó por lo sano la carrera de su jefe, con un certero tajo a la altura de la garganta. Fue un crimen fácil, y esconder el crimen lo fue aún más. Nadie recordaba exactamente cómo era El Contador, y menos recordaban su verdadero nombre. Y ahí si, en ese momento, El Contador ganó la posibilidad de poder decir que estaba en cualquier lugar. Pero no podía, no estaba en ninguno. 

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