lunes, 17 de febrero de 2014

Espera

Ahora si, le cumplo a +Jesica Rodriguez, o @Jeesssik, lo prometido: Una historia de lo que piensa quien espera un bondi.

Para poder cumplir del todo esta consigna, no quise pasarme de vivo escribiendo sobre cualquier cosa, cambiando el primer y el último párrafo para darle un "marco de espera", sino que escribí un poco sin sentido, con lo que yo creo que es un pensamiento de esperar un colectivo:

No estoy seguro de que les vaya a gustar (a mí no me gustó), pero considero que es fiel a la consigna.


Espera



Eso que veo allá es el 124. Por desgracia, lo estoy viendo de atrás, perderse en la lejanía. Pienso, para consolarme, que lo bueno de que se te vaya un colectivo en la cara, de madrugada, es que uno sabe que tiene algunos minutos por delante. No sabe exactamente cuantos, pero sabe que va a tener que esperar. Así, el que tiene un celular lo saca, el que llevó un libro, o una revista, se pone a leer, y el fumador prende tranquilo un cigarrillo. 

Lamentablemente, tuve que salir apurado, sin carga en el teléfono, sin nada para leer. En estos momentos pienso que sería una buena idea empezar a fumar. No por fumar, en sí, sino por todo el ritual que eso conlleva, algo increíblemente teatral. Buscar el atado, golpearlo boca abajo, sacar un cigarrillo. Prenderlo. Para darle mayor dramatismo al asunto, uno puede sentarse en el cordón, dejando que el antebrazo descanse en la pierna. Así, uno puede alternar la mirada hacia donde va a venir el colectivo, la mirada perdida en un pensamiento, o la mirada reflexiva a la brasa del cigarrillo, la cual va a arder más o menos dependiendo de cuanto viento le esté pegando. Los expertos en este arte de la pose, se pondrán de cuclillas, apoyando la parte baja de la espalda en el caño de la parada. 

Siempre me molestó un poco esa necesidad de la pose, de la aprobación del otro. De convertir cada uno de nuestros actos cotidianos en una representación teatral de lo que está pasando. La pose por sobre la naturaleza. El mostrar por sobre le ser. Muchas veces ya pensé en lo terrible que es el aspirante a músico que en lugar de ponerse a estudiar su instrumento, escalas, o teoría, se pone a copiar muletillas, o practica pararse con las piernas abiertas, y tocar haciendo un headbang furioso. Esto lo podemos ver en cualquier disciplina. Jóvenes y no tan jóvenes que, al ver que un tenista puede hacer rebotar la pelotita en el canto de la raqueta, se ponen a practicar esto. La pose, lo accesorio. El gesto para la tribuna. 

Hace tiempo leí, no recuerdo en donde, la historia de un tipo muy teatral en sus modales, el cual era observado por otra persona, cuando creía estar solo. Ahí se acababan los gestos superfluos. Y comportándose de una forma normal, parecía, por contraste, triste, apagado, gris. Era algo terrible para el observador desde las sombras notar que al estar solo, ese personaje tan histriónico se apagaba. Pienso ahora que debe ser igualmente terrible notar que una persona es hasta tal punto la pose de si misma, que aún estando sola siga realizando esos gestos teatrales.

Veo a través de la plaza que pasa un 124, pero en dirección contraria. Ya es el segundo desde que yo espero acá, lo cual me parece injusto. ¿Por qué dos colectivos hacia un lado, y ninguno hacia el otro? No puede ser que esto ocurra siempre, dado que, si se prolongara esto, quedarían todos los colectivos del mismo lado. Nadie volvería nunca. Así que debe ser producto de la casualidad, o de una planilla de horarios hecha por alguien que quiere menos a quienes volvemos en dirección al centro. Un tercer colectivo pasa en esa dirección, y lo considero una burla del destino. Me calmo en seguida, al pensar que en otro horario, alguien va a sufrir lo mismo, pero al revés. Tres colectivos en dirección al centro, mientras él espera el contrario. Nivelación karmica, o algo por el estilo.

Viene una parejita, caminando por la calle. Espero que se queden acá, no me gusta esperar solo. Me divierte además escuchar esos fragmentos de conversación que tienen las personas que esperan. Se paran a unos metros de donde estoy parado, por lo que no podría escucharlos hablar, aunque lo hicieran. Se quedan en silencio, separados por varios centímetros, sin hablar, sin mirarse. Casi que no gesticulan, lo cual me pone nervioso. Imagino que no son humanos, y que no tienen idea de la forma de comportarse de una pareja humana que espera el colectivo. Me dan ganas de preguntarles algo, de sacar conversación. Podría preguntarles la hora, sin dirigirme a ninguno en particular, para ver si se miran. Podría hacer un comentario acerca del tiempo que hace que llevo esperando el colectivo. O podría, simplemente, decirles que ya lo sé todo, para ver si confiesan.

Pero no hago nada de eso, me limito a mirarlos de vez en cuando, con el rabillo del ojo. Siguen ahí, parados, en silencio. Por suerte, veo a cuatro calles el cartel verde que anuncia el final de mi espera. Me voy preparando. Saco mi billetera del bolsillo, y la tarjeta de la billetera. Tengo algo así como dos pesos de saldo. Por suerte estas tarjetas te prestan un poco más de plata, lo cual es excelente para colgados como yo. Atrás mio, la pareja sigue muda, inmóvil. Levanto mi brazo. El colectivo está a una cuadra y media, pero yo, ansioso, ya estoy levantando la mano. Frena frente a mí. Como siempre, me tomo de la manija y me corro a un costado, haciendo un gesto como para que suban. Tengo esa costumbre, prefiero subir último, aunque con eso me quede sin lugar para sentarme. Esa no es una posibilidad hoy, el colectivo viene completamente vacío.

No puedo decir exactamente qué, pero algo en la manera de subir de esos chicos me asusta, hasta el pánico. Tal vez sea el hecho de que doblan perfectamente las piernas, sin mover para nada el torso. Tal vez sea el hecho de que ninguno de los dos se tomó de ninguna de las barandas, o algo aún más sutil. Lo cierto es que estoy aterrado, pero no puedo esperar otro colectivo, menos a esta hora, en la cual pasan tan pocos. No tengo mucho tiempo, ya el colectivo empieza a moverse, lentamente. Debo tomar una decisión. Conteniendo el aliento, y con un esfuerzo sobrehumano, subo al colectivo.




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